6 jul 2013

Puntos aparte


El sol apretaba. No había playa, ni estudiantes y parecía que no quedaba nada de vida allí. Se asomaba a la ventana y simplemente escuchaba voces ajenas. Supongo que la culpa era de julio, o de los iluminados que dijeron que este iba a ser el verano más frío de todos los tiempos. Aunque en su caso, no iban tan desencaminados.

Era el último día y lo sabía. Había retrasado el momento a base de excusas baratas, pero tocaba pasear por última vez aquellas calles. Sin embargo, todo era extraño. Las piedras seguían en su sitio, los músicos y los turistas también, pero por primera vez se sentía diferente delante de aquello tan cercano.

Dando tumbos, acabó en el mejor banco de la Alameda, con las mejores vistas de la catedral y las mejores vistas de su vida en otros tiempos. Entonces, comprendió que el momento había llegado. Empaquetó los recuerdos, y pensó que las cosas que dejamos por hacer son las que al final echamos de menos.

Se levantó y encontró un papel. Por un momento, pensó que se trataba de una señal, otra de las muchas que allí había vivido. Lo abrió, pero lo único que encontró fue un itinerario de una excursión turística cualquiera. Entonces sonrió, pensando que Compostela también estaba un poco harta de él. Quizás es que las despedidas siempre tienen que ser así, difíciles.


Adiós Santiago de Compostela, has sido un placer.

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