Hoy no es un día cualquiera, o por lo menos él todavía cree
que no debería serlo. Igual es que el verbo creer es tan ancho que siempre
cuesta saber por donde cogerlo. Suena el despertador a las ocho, como siempre,
ya que lo de madrugar más en verano que en invierno sigue siendo una rutina
dura y necesaria.
Llega al espejo y se ve. Sigue siendo el mismo de siempre,
aunque sus ojeras le recuerden que debería dormir más y pensar menos. Sigue en
su caparazón en forma de batería, barcos y autobuses. Él sabe que el escenario
siempre lo cura todo, aunque sea por unas horas.
Pero hoy no hay nada para salvarle. Hoy toca hacer el mismo
trayecto de coche que hace exactamente dos años, pero todo es diferente,
incluso él. Ya no hay aire acondicionado, los recuerdos se cuelan por las
ventanillas, la compañía es más insulsa y las ilusiones dejan paso a un puro
trámite insípido.
En el coche hay una radio nueva, pero está más cargada de
recuerdos que nunca. La emisora tarda en sintonizarse y lo primero que se
escucha es esa maldita canción de Radiohead que habla del pasado. Al principio
sonríe, pero el problema es que las alarmas han saltado hace mucho tiempo y que
por mucho que tachemos algunos días del calendario van a seguir ahí, ya que son
imposibles de eliminar.
Y al final lo único
que podemos hacer es transformarlos, pero para eso necesitamos demasiado
tiempo.
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