28 jun 2013

Mudanzas

Santiago está vacío, como sin alma. Caminaba por la calle y se sentía con los bolsillos tan vacíos que buscaba cualquier cosa para llenarlos. Faltaba el borracho de la esquina, la pareja que se escondía del resto o ese grupo de amigos que tenía muy claro que esa noche iba a ser legendaria.

Entre las esquinas desiertas, pensaba que la solución a este mundo sería un nuevo Decreto-Ley sobre echar de menos. Si tanto critican las leyes en este país, que menos que criticar aquella que rige sobre el deporte más duro. La actual era demasiado arbitraria con todo. Y lo arbitrario suele ser injusto.

Ella siempre había podido echarle de menos. Él, a pesar de todo, parecía que ni siquiera tenía derecho a hacerlo. Y lo hacía a escondidas, como si solo pudiera infringir la ley de madrugada. Cuando todos dormían, cuando nadie podía verlo.

Santiago era demasiado pequeño y los recuerdos aparecían en todas las esquinas. Igual, el problema es que las habían utilizado todas. Eran las cuatro de la mañana y tocaba hacer la segunda maleta más agridulce de su vida. Empaquetó todos los recuerdos que hacían daño y cerró la cremallera mientras el mundo pedía una tregua.


Era lo justo, no podía permitirse que la maleta definitiva no estuviese cargada de lo bueno: de las piedras, de lo aprendido, de los sueños, de las ilusiones y de las otras guerras. Ese era el equipaje que quería llevarse para iniciar su nueva vida.  

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