Hoy, me puse a ordenar las partituras que tenía tiradas por
casa. Me gusta ordenar las cosas: la ropa, los textos, las baquetas, los
calcetines…todo en general. No porque sea demasiado cuadriculado, sino porque
creo que ordenando las cosas llegará un momento en que consiga poner en orden
otras cosas importantes, como mi insomnio o mis ideas en ciertos momentos.
Lo que pasa es que al ordenar cosas siempre tengo la
sensación de que hay algo que se escapa de mi control. Quizás las categorías
nunca sean las correctas pero al final siempre existe una partitura que no se
puede considerar ni buena ni mala, un texto que no se sabe sí es mío o de un
libro o un calcetín siempre se queda sin su pareja.
La materia tiende al caos y eso es algo que no se puede
refutar, sin embargo para poner orden siempre existe una especie de cajón de sastre,
o desastre, para incluír todas aquellas cosas difíciles de clasificar. El
problema es que ese cajón de-sastre sirve para incluir algún que otro calcetín,
pero no momentos de nuestra vida. Si existiese para ello, creo que todo sería
más fácil. Más fácil, que no menos divertido.