24 jun 2013

Alquilando felicidad

Mario se ganaba la vida trabajando en un videoclub. Él odiaba el cine, pero se consolaba pensando que todos tenemos que salir adelante de algún modo. De hecho, le había acabado cogiendo cariño a algunas películas que la gente se llevaba a ciertas horas.

Un videoclub es algo así como una cuerda aferrada al pasado en el siglo XXI, pero por algún extraño motivo a partir de las ocho siempre se empezaba a llenar. Grupos de amigas buscando las novedades, chicos alquilando cualquier comedia barata, cinéfilos encontrando aquello que internet no les dejaba o parejas buscando otra excusa para estar juntos. El videoclub era el último recurso para una noche cualquiera.

Mario nunca se fijó en la gente hasta que llegaron ellos. Eran las cinco de la tarde y llovía. Ella sopesaba las películas con tranquilidad y él asentía a duras penas. Mario pensó que a él tampoco le gustaba el cine y se preguntaba qué cojones habían ido a buscar a las cinco de la tarde a un videoclub.

Estuvieron media hora dando vueltas y encontraron la película que ella necesitaba para aquella tarde. Los dos sonreían y eran felices, sobre todo él, como si la felicidad se pudiese alquilar en un simple videoclub. Escogieron un película absurda y mala que Mario vería días después porque se había quedado con la intriga.

Meses después, el videoclub cerró por reformas y Mario lo vio a él en la esquina de la calle con cara de circunstancias. Entonces, lo entendió todo. A ese chico que no le gustaba el cine no le hubiese importando verse todas esas películas estúpidas con tal de alquilar la felicidad de ella durante unos meses más. Y ahora, el videoclub y su vida se habían cerrado por reformas.


Además, aunque esta noche la luna estuviera tan cerca de la tierra, seguro que él nunca la había sentido tan lejos. Eso es así, ya que hay recuerdos que no se pueden quemar en una hoguera.

1 comentario:

Sabela Eiriz dijo...

Es imposible no ponernos a recordar... El San Juan, la mudanza inminente, los cambios que nos esperan... y ese viaje planeado a mediados de Julio, todos juntos, que para mí ahora se ha convertido en la meta de todo esto. Ese recuerdo que no voy a querer quemar nunca.

Lo mejor es entender que no vamos a poder hacer desaparecer los recuerdos del todo. Eso es bueno: aceptar que, bonitos o no, van a convivir siempre con nosotros. Como las películas. Como los videoclubs que ahora cerraron, pero que sabemos que estuvieron ahí.


Un abrazo, Gon