Todos somos un poco
más orgullosos de lo que nos gustaría. Y todos nos creemos un poco más
interesantes de lo que en realidad somos.
Es domingo. Hace frío y llueve, pero te subes al mundo
porque ya son las tres de la tarde. Bajas a la calle, te sientes perdida y
coges un taxi por aquello de encontrar un poco el rumbo. La carrera no deja de
subir, pero sabes que aquello es lento y seguro, y que lo único que tendrás que
pagar será un peaje de última hora.
Entonces piensas que la vida por momentos se parece a una
autopista sin fin, en la que intentas llegar por todos los medios. Pero a
veces, hagas lo que hagas, acabarás detenida por exceso de velocidad o por no
respetar la maldita distancia de seguridad. Y sabes de sobra que se nos olvidó sacar el carnet de conducir.
La peor resaca no es la de garrafón, ni la que llega antes
de tiempo, ni siquiera es la que no te deja subirte al mundo después de tres días
comiéndotelo. La peor resaca es la resaca emocional.
1 comentario:
Es curioso (y bonito) cómo sin compartir ya ciudad ni noches de borracheras ni trabajos de universidad podemos sentirnos tan cerca y reconocernos tanto (todas las canicas de esta guerra nuestra). Más a los que escriben, claro, que lo ponen más sencillo. Y me encanta leer porque me encanta ver que la cabeza sigue activa, pensando, dándole vueltas a las cosas y las resacas y sacando metáforas de cada pequeña cosa para intentar entender un poco mejor cómo funciona todo esto y cuanto cuestan los peajes...
Otro abrazo a la capital desde el-otro-norte, el mediterráneo!
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