Haces a Guzmán un poco más bueno. Sobre todo, si me sacas a mordiscos las comisiones en Banco de España. Eres la mujer de la que se enamoran los
colchoneros en Pirámides, pero también eres el merengue más bonito cuando te
bajas en el Bernabéu. Dejas en feria la ciudad de los que paran en Sevilla,
y no hay pinchos mejores que los de tu cuerpo cuando pasamos por Bilbao.
Cuzco contigo es un poco menos fría. Y los ministerios se
vuelven nuevos a tu lado. Todas te miran con envidia mientras esperan al metro
pesado en Colonia Jardín. Y eres la publicidad que todos querrían poner en la
estación de Sol.
Haces que el mejor músico del metro falle cuando le dejas
una moneda en Argüelles. Otros, introducen el pie entre corazón y andén cuando
te sueltas el pelo en Legazpi. Y no cambio un viaje en metro contigo ni por
todas las rubias de los bares de Lavapiés.
Porque en realidad todas las estaciones de metro podrían ser
la nuestra. El problema es que tú te empeñas en viajar en el tren equivocado.