Nuestra vida siempre se ha compuesto de ciclos, de ciclos que pueden ser todos lo largos que queramos. Y esos ciclos siempre comienzan por decisiones, que pueden ser conscientes e inconscientes.
En el caso de G, cuando tenía cuatro años tomó la decisión
de decirle a sus padres que le apetecía tocar tambores más grandes que él. Y
esa decisión, totalmente inconsciente, quizá haya sido la que más ha marcado su
vida de ahí en adelante.
Porque los tambores se convirtieron en notas, láminas,
acordes, baquetas rotas y técnicas de nombres extraños. Pero sobre todo en
luchar, disfrutar y aprender a comerse el mundo día a día. Y también en
compaginar cosas que no parecían fáciles.
Por esos tambores he renunciado a cosas, se han reído de mi
y he sido un extraño en lugares familiares. Pero no pasa nada, al final las
cosas que hacemos solo las debemos entender nosotros mismos. Y sí nosotros
estamos conformes con ellas todo irá bien.
Y ahora, que he renunciado a ello temporalmente, siempre
tengo el mono, como si de una droga dura se tratase. Y por eso, y por mis dos
familias, es por lo que merece la pena volver a casa todos los fines de
semanas. Porque ese ciclo nunca lo voy a querer cerrar.
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