-Han pasado ya dos años, ¿lo sabes,
verdad?
-Lo sé. ¿Cuál es el maldito problema?
-Que has cambiado…y creo que para bien
-Quizás eso se llama crecer
Era un viernes. Sí, tenía que ser viernes. Porque era el
único día en el que le quedaba tiempo para desordenar sus ideas y descartar
sueños mientras la pizza se quemaba en el horno. Al mismo tiempo, en su habitación la
botella seguía medio vacía y no había forma de que el optimismo la rellenara.
Son rachas, se decía, y aquello tenía que pasar tarde o
temprano. En realidad todo estaba bien, aparentemente. Se sentía como un
funcionario cubría el expediente, recibiendo solicitudes a toda
máquina y rellenando cuestionarios para la vida con la misma velocidad de quién hojea
un libro que no le interesa. El problema es que nunca se acordaba de leer la letra pequeña.
Y esa estaba cargada de peajes en forma de dormir mal y soñar menos. En forma de viernes que le recordaban que la peor de todas las resacas es la emocional. Hasta que un día todo se fue a la mierda, literalmente. Y fue entonces, solo entonces, cuando se dio cuenta de que ya era hora de empezar a crecer.
A veces es necesario
dar un paso atrás para pegar un salto hacia delante
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