Tendrían diez años. Desayunaban legañas, comían ilusiones (mezcladas con tierra en el recreo) y solo
se ponían la bufanda para darle un beso a sus padres. Estaban hartos de la
lluvia, pero cuando hacía frío rezaban para que llegaran las nubes y nevara de
una vez por todas. Al final nunca vieron la nieve, quizás porque su profesor de
matemáticas siempre bajaba las persianas. Así nadie se despistaba. Él, el
primero.
- ¿Qué es eso? – le dijeron los niños cuando vieron una mesa
dibujada en la pizarra
- Una mesa, con muchas patas – respondió con su mejor
sonrisa
- ¿Y eso que tiene que ver con el mínimo común múltiple? –
preguntó el listillo de la clase
- Nada, pero es que hoy me apetece hablaros de otra cosa. De
algo más importante, de la ecuación de vuestras vidas.
Un murmullo recorrió toda la clase. Sabían que era un tipo
raro, pero nunca se esperaban algo así.
- Veréis niños. La vida es como una mesa con muchas patas. Vosotros
no lo sentís, porque todavía estáis encima de la de vuestros padres, pero algún
día tendréis que aprender a mantener el equilibrio. Cada pata de la mesa
representa una cosa. El trabajo, la familia, el amor, los amigos.....¿y sabéis
cuál es el problema? Que siempre alguna de las patas va a fallar, es casi imposible que todas estén en perfecto estado. Y
podréis apoyaros un tiempo en las demás, pero solo vosotros podréis calzar la
mesa para que todo vuelva a su sitio. La vida es así, una mesa difícil de mantener en pie.
- ¿Y usted no cree que la vida sería más fácil si todas las patas van bien?– protestaron algunos
- Sí, pero nunca más divertida.
Los niños se quedaron con la boca abierta y no entendieron
nada. Ahora, por fin comienzan a comprenderlo. Porque quizás ha llegado la hora
de empezar a buscar su propio equilibrio.
“El mundo es un
pañuelo en el que hay que intentar no comerse los mocos”