Me vendiste la vida como una partida de póker. Algo así como
un lugar donde nos movemos con bazas y estrategias. En coger frío y sumar
con calculadora, para terminar aderezando todo con una pizca de egoísmo. Y lo
único que saqué en claro es que no sabía apostar, nunca contigo.
Nos tiramos al vacío con trío de doses para descubrir que el
equilibrio era imposible. Quizás es que nunca te conté que le tengo miedo a las
alturas. Y el vértigo, a fin de cuentas, es algo así como tener las mejores
cartas y no jugarlas por miedo a perder.
La banca se lo llevó todo de un día para otro, y aún sigo
sin saber el porqué. Igual nos vimos ganadores antes de tiempo, o quizás
simplemente pensamos en cómo repartirnos el premio antes de ganar nuestra
partida. Pero solo sé que el “todo” se quedo en un absurdo “casi” cuando
tiraste de la cadena.
Me has vuelto un gilipollas,
pero por lo menos me has enseñado a perder el miedo.